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Mostrando las entradas de enero, 2016

hora

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es la hora de las brujas las que danzan sobre mí desaparezco tras mi creación estado impecable para ser a esta hora cuando todo es solo cuando el aullido suena mudo y la risa es un girasol al caer la luz derraman mis palabras  -las que no son mías- su esencia fuera de mí contando semillas trivialidades escalones gotas frías y fuego azul desarmo mi cuerpo para guardarlo en aquel rincón triangular y mi pelo vuelve amorfas mis ideas es la hora de las brujas las que danzan sobre mí años luz de recorrido milenios de repetición un hombre dormido una mujer esperando sin esperar que llegue lo que nunca se fue que aparezca de repente tan callada  resonante terminal y creadora el alma con su verdad

uno

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Los colores no existen por separado. No puede haber sólo blanco, sólo negro. Y por lo tanto, tampoco puede haber sólo blanco Y negro. Todo es UNO. Hay una unidad detrás de todo. O subyacente, o envolviendo todo. El silencio y la palabra, tampoco existen. Son sólo ocasiones con que se pintan los movimientos de ese todo. Palabra y silencio son UNO. Por eso tampoco elegimos a nuestro antojo cómo y cuándo utilizarlos. A veces sucede que un grupo de palabras torpes equivale a un silencio que se nos escapa. Y a veces a la inversa, un silencio espeso y obstinado es un cúmulo de palabras que tienen miedo de ser. (Como si algo pudiera dejar de SER, solo por tener miedo…) Escuchando en silencio aparece el sonido. Y creando sonido damos lugar al silencio. Mirar a los ojos es hablar. Con o sin palabras que lo acompañen. Y por eso da miedo. Vértigo de conocer lo que hay detrás de los ojos del otro. Vértigo de saberlo. De tener que hacernos cargo de que lo sabemos. De darnos cuenta