El niño y el silencio
M e acompañó largamente la imagen de sus pasos inseguros en las habitaciones de esa casa que yo nunca conocí. Siguiendo los pasos seguros de otro hombre, su padre y sus silencios, historias de hospital a la hora de la cena, callando él, al bullicio de sus hermanos. E n el patio era rey, el naranja de las mandarinas robadas a la vecina, al sol, desde el paredón, en silencio risueño, silencio pero audaz. E n la casa silenciosa, escuchaba la música en compases, comprimida entre tareas, -a través de las cortinas los hermanos afuera, gritando ¡guerra!- ; “¿qué instrumento es el que suena?” “¿quién canta ahora?” “¡decime si es adagio!”, él siempre interrogado por el hombre, por su padre, y sus silencios. Él siempre respondiendo. P ero en su cuarto pequeño, al cepillarse, al cumplir y terminar, ahí abría sus alas, la imagen de su propia música sonando en el espejo, bailando para nadie, soñar y saltar, más allá. D ónde habrá ido el niño, todo viento y sonrisa tímida, sus sueños en las