Paseo por mí
Veo ciudad,
veo calles y casas, veo bares y gente, siempre gente o no siempre.
Veo luces,
del día, de la tarde y la mañana, las luces de la noche.
Veo que
todas las luces pintan colores, y los colores cambian las luces.
Veo un auto
que me lleva veloz, no tan rápido como para otros pero sí para mí. Baja la
velocidad en mi mente, y me lleva a recorrer la ciudad. Pero pronto me canso
del auto, porque no sé manejarlo. Y me bajo. Y camino.
Caminando
veo un gato, y veo hojas, de árboles y de plantas. Quiero sentirme como una
hoja, en el suelo, que ya cansada, de vuelta, no tiene miedo de ser pisada. Y
acepta ser marrón.
Veo café,
huelo café, tomo café.
Hablamos
café.
Veo
caminatas, imagino que camino, o camino. Camino por donde quiero, no solo por
dónde me llevan mis tan terrenos pies. Camino por los lugares que imagino,
saltando de uno a otro sin solución temporal de continuidad, aunque sí
espacial.
Veo mis
ojos leyendo y mis manos escribiendo. Escriben y escriben, tantas ideas, como
cuando eran mis jóvenes manos. Y mis ojos leen, leen otras cosas, palabras,
libros, de otros. Y leen mis propias palabras y se deleitan. Como entonces.
Veo mis
fotos, las de mi cabeza y mis ojos y mi alma. Saco mis fotos, esas fotos que
quisiera sacar, pero no están en la realidad, solo en los ojos de mi nuca y de
mi melancolía.
Almaceno
esas fotos, y les doy forma. Las archivo y las ordeno, para luego desordenarlas
a mi gusto y releerlas. Les cambio los colores: lo que era rojo se convierte en
amarillo, pero ahora en gris. Combino rojo y gris. Combino verde y violeta y me
gusta. Curioso porque normalmente no me gusta combinar verde y violeta. Pero me
gusta, ¿si?
Veo ramas
en los árboles, y me pregunto una y mil veces más si la rama es el árbol, si el
tronco es el árbol y si las hojas o las raíces son el árbol. Y vuelvo a dudar
de que el árbol sea todo ello junto.
Pienso
entonces en el hombre-mujer, como ser que define el cuerpo por sus partes, la
persona por su cuerpo, el mundo alrededor por la persona.
Tantas
partes de personas.
Veo
sonidos, que normalmente son silencio. Veo el silencio, buscando tal vez un
sonido que sé que no voy a encontrar.
Veo sol
pero veo lluvia.
La lluvia
se mete en mí, siempre. Está ahí, afuera y adentro. Como en el café L’Elephant,
como todos mis recuerdos de París. Tantas veces París me atenazó la garganta,
que creo que vive ahí, que siempre estuvo ahí. Incluso pienso que todo lo que
vivo y viví, lo viví adentro además de afuera.
Recuerdo
entonces el cuento que empezaba con “Esto parece Waterloo”, y veo un
departamento con vidrios sucios, a la calle vacía y mojada, quinto piso por
decir uno, con marcas imborrables de vino y café sobre la mesa, las colillas en
los ceniceros, la ropa en el piso y las sábanas desordenadas sobre el colchón.
Siempre el mismo departamento, podría variar el nivel de limpieza de los
vidrios, o estar raramente vacíos los ceniceros. Tal vez hasta hay una cama,
quién sabe. Pero siempre es el mismo departamento.
Y adentro
suenan voces en el silencio. Y una música con un volumen un poco más bajo de lo
que me gustaría. Hasta puedo caer en el cliché de una trompeta con sordina, por
qué no, quién me lo impide.
Veo
entonces agua, siempre está el agua. Como digo en la lluvia, pero también un
río, los charcos, el sudor de una ventana en el invierno, mis propias lágrimas
que andan su propio camino.
Agito el
pelo, pero no hay viento. Soy larga como el invierno en el sur y también en el
norte, a quién le importa.
Y descubro
el entrechocar de los cuerpos, el sonido de la gente, los mudos, los sordos, y
los ciegos. Algunos no tienen manos o piernas tal vez; pero lo que es peor,
muchos no tienen siquiera piel. No pueden sentir porque no se acuerdan, o no
les enseñaron. Pero no se acuerdan tampoco de que no tenían que enseñarles, que
siempre pudieron saberlo. Y no sienten.
Trato de
conectar, pienso que con las otras mentes. Pero finalmente me doy cuenta de que
es con la mía. Mi mente ya está conectada, ahora le toca a mis sentidos, sino
estará vacía. Recuerda, pero recuerda con los sentidos. E inclusive si quiere
producir un pensamiento, siempre parte de los sentidos, no conoce otra manera.
Entonces, ¿a qué estaba conectada?, empiezo a preguntarme. No lo estaba.
Y le doy el
paso al recuerdo, tan maltratado, tanto desprecio que ha tenido.
Entra, camina,
se expande. Y lo bienvengo.
Camino con
él, y me voy hacia el presente. Pasado y futuro finalmente un lugar.
Y entro.
Buenos
Aires
Miércoles
14 de Julio de 2004
Me gustó la foto, pero me encantó el texto. Saludos!
ResponderBorrar¡Muchas gracias!
Borrar¿Cómo llegaste al blog, si no molesta la pregunta?
Las preguntas no molestan, todo lo contrario. En algún momento llegué al blog, por otros blog y te empecé a seguir. Siempre voy saltando de blogs en blogs buscando cosas que me gusten, leyendo, viendo. Y por eso me quedé por acá. Saludos!
BorrarMe gusta lá foto!
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarCreo que el título de "paseo" ha terminado siendo mezquino... ¡tamaña excursión por tu interior!. Hermosos pensamientos!
ResponderBorrarSilvina, ¡qué lindos tus comentarios! Muchísimas gracias, me reconfortan el alma...
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