El niño y el silencio











Me acompañó largamente la imagen
de sus pasos inseguros
en las habitaciones de esa casa que yo
nunca conocí.
Siguiendo los pasos seguros
de otro hombre,
su padre y sus silencios,
historias de hospital a la hora de la cena,
callando él, al bullicio de sus hermanos.
En el patio era rey,
el naranja de las mandarinas
robadas a la vecina, al sol, desde el paredón,
en silencio risueño, 
silencio pero audaz.
En la casa silenciosa,
escuchaba la música en compases, 
comprimida entre tareas,
-a través de las cortinas los hermanos afuera, 
gritando ¡guerra!- ;
“¿qué instrumento es el que suena?” “¿quién canta ahora?” 
“¡decime si es adagio!”,
él siempre interrogado 
por el hombre,
por su padre, y sus silencios.
Él siempre respondiendo.
Pero en su cuarto pequeño, al cepillarse, 
al cumplir y terminar, 
ahí abría sus alas,
la imagen de su propia música sonando en el espejo, 
bailando para nadie,
soñar y saltar, más allá.
Dónde habrá ido el niño,
todo viento y sonrisa tímida,
sus sueños en las medias
a punto de saltar el paredón.
“¿Quién toca? ¿Quién dirige? ¿Qué nota es esa?”
Todo eso no era él,
y aun así, 
respondió siempre,
hasta el cansancio,
hasta que nadie preguntó,
hasta que tuvo él a quién preguntarle, 
y hasta que entonces
la pregunta la hizo él.
Y yo 
no supe qué responder.
 
Traducción e interpretación libre del poema “Late poem to my father”, de Sharon Olds

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